miércoles

NO MIRES ATRÁS



El Rey nos recibió de inmediato. Por fin había encontrado un sitio para nosotros, algo no muy importante, pero era un primer paso. Mis manos temblaban de emoción a la vez que un miedo irrefrenable se apoderaba de mis pensamientos.
Siendo realistas, yo no era más que una niña con una espada más grande que ella misma y algunas nociones de magia. Sabía que iba a ser muy duro, pero mi determinación era más firme si cabe que mi pavor.
El Rey parecía preocupado. Unas tropas iban a salir de la ciudad para establecer relaciones con otro reino y prestar su apoyo en una inminente batalla. Yo no cabía en mí de gozo, por fin empezaba la vida que soñaba. En apenas unas horas, prepararíamos nuestro equipo, nuestras armas y nuestro valor para unirnos a la milicia del Rey. Qué bien sonaba aquello. Aunque imaginaba que la vida que estaba a punto de comenzar no sería tan poética y bonita como mi imaginación se empeñaba en hacerme ver. Aunque me sentía orgullosa de luchar por algo. Yo lucharía por mi Rey... como había hecho mi padre. Y sin más, apenas unas horas después de habérnoslo comunicado, en un precioso amanecer, nos dispusimos a empezar una nueva vida. Tanto mi compañero como yo fuimos en silencio durante el primer tramo del camino. Había algo que me rondaba la cabeza y sabía que a él también. Y aunque ninguno de los dos dijo nada, sabíamos que el otro no le había dicho nada a Itárion, sabíamos que no lo aprobaría y mucho menos tratándose de su hijo y su ahijada. Así que procuramos no pensar mucho en ello y empezamos a conversar sobre banalidades durante largo rato. No éramos un gran grupo, algunos jinetes, carros y milicia. Apenas 100 personas y 20 caballos cargados tanto con armamento como con presentes para los anfitriones de la ciudad a la que íbamos. Aquello parecía más una excursión que una aventura. Estaba cavilando en eso mismo cuando todo se precipitó.
No nos habíamos alejado mucho de la ciudad, apenas 4 horas de caminata cuando la comitiva paró en seco. Yo no sabía muy bien qué ocurría, podía ser perfectamente una parada de descanso para comer algo. De todas formas, instintivamente todos buscamos un oficial para que nos dijera qué ocurría. La cosa empezó a pintar mal cuando todos nos dimos cuenta de que aquello no estaba programado y tampoco encontrábamos a nadie que nos diese órdenes al respecto. Movidos por la impaciencia empezamos a avanzar buscando el origen de aquel alto en el camino. Pronto nos dimos cuenta de que algo no iba bien. A pesar de que no alcanzábamos a ver lo que ocurría, comenzamos a oír gritos a pocos metros de nosotros y apresuradas órdenes de los capitanes. Definitivamente algo iba realmente mal. Guiados por la estupidez y la premura de la juventud corrimos a ver qué ocurría. Rápidamente avanzamos desenvainando nuestras armas y dispuestos a machacar lo que fuese que estuviese entorpeciendo nuestra marcha. Pero yo no estaba preparada para lo que iba a ver, en absoluto. Nuestros pies fueron más rápidos que nuestras mentes y se pararon en seco ante el desolador paisaje que se abrió ante nuestros ojos. A escasos metros de distancia, contemplamos como las tropas estaban siendo masacradas por seres horrendos.
Algo en mi mente se disparó. Una horrible sensación de familiaridad. Reconocí esa escena, esos seres, esa gélida sensación en el estómago. Yo ya los había visto, aunque los recordaba vagamente. Esos seres, arrancados de sus tumbas, podridos y resucitados solo podían ser obra de ÉL.

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