lunes

FUTURO



Y esa loca idea se convirtió en obsesión. Ya que, ¿qué mejor forma de honrar la memoria de mi padre que servir al Rey?


A partir de aquel día puse mucho más empeño en mis entrenamientos y estudios para poder llegar a formar parte de la guardia del Rey. Sabía que empezaría por lo más bajo, una especie de recadera o con suerte, me cogerían en la milicia si mis condiciones eran propicias. Pero no me importaba. Quería crecer como persona, como guerrera y como maga para que, algún día, mis fuerzas fueran equiparables a las del asesino de mi familia y poder destruirle, causarle tanto dolor que pidiera la muerte como único alivio.

Pasé dos años con esa única meta en mi cabeza. La espada en una mano, mi magia en la otra y en el centro, un corazón ansioso de venganza.

Comuniqué mis planes a mi fiel compañero, el hijo de Itárion que finalmente convino que lo mejor sería acompañarme por mi propio bien, aunque en sus ojos se podía leer el anhelo de ser el orgullo de su padre, un guerrero reconocido, afamado y apreciado en muchas tierras lejanas.

Mientras tanto, algo que no esperábamos en absoluto trastornó nuestros planes por completo. Itárion nos llamó a los dos, a su hijo y a su hija para hablar con nosotros. Sin muchos preámbulos, nos comunicó que se le requería para luchar a las órdenes de un reino aliado, en tierras muy lejanas y que no sabía cuando o si iba a volver. Nos estuvo hablando de la vida del guerrero, como si supiera nuestras intenciones. Aún así, no nos desanimó. Nos aconsejó y nos pidió prudencia. Eso fue todo. A los pocos días Itárion se marchó. Nunca más le volvería a ver.

Ante tal acontecimiento, decidimos adelantar nuestros planes y fuimos a la ciudad. Esperamos durante horas a las puertas del palacio pidiendo audiencia con el Rey, para entrar a su ejercito, para poder vengar la muerte de mis padres, ocurrida años atrás.
Finalmente conseguimos entrar en la sala del trono. Expusimos nuestra petición y nuestros motivos al Rey, que me reconoció de inmediato gracias a mi discreto peinado, ese mechón blanco que me quedó como recuerdo de mi tragedia. El Rey nos rechazód, no solo porque fuésemos muy jóvenes para unirnos a su ejército, sino también por el deseo de mis padres quienes anhelaban para mí una vida pacífica y tranquila. Pero esos no eran mis planes así que esperé a las puertas de palacio decidida a no a irme sin su aceptación.
El Rey, puede que conmovido o puede que dispuesto a darme una lección, ya que era un Rey muy sabio, decidió ponerme a prueba, permitiendo que demostrara tener lo necesario para ser una Armada Real. Estuvimos varios meses entrenando con el ejército, llevándoles las armas, cuidando sus caballos hasta que, poco a poco, nos dejaron blandir una espada. No sé si admirados o divertidos, los soldados hablaban a sus superiores de los dos jóvenes tigres con ganas de luchar.

Un buen día, un día como otro cualquiera, ni mejor ni peor que el anterior, el Rey nos llamó de nuevo a su presencia...

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